Programa 4
INVERNO 2022Orquestra Sinfónica Vigo430
Con Isabel Rubio Auditorio Municipal do Concello de Vigo Domingo, 1 de Maio de 2022, ás 12:00h Programa
Proxección da película Las aventuras del príncipe Achmed (1926)
de Lotte Reiniger (1899-1981) con música original de Brais González (1987*)
Dirección artística: Javier Escobar
Xerencia: María Alonso
Notas ao programa: David Rodríguez Cerdán
La cineasta alemana Charlotte o Lotte Reiniger (1899-1981) fue pionera del cine animado y autora de más de medio centenar de prodigiosas películas de siluetas a contraluz realizadas sobre cartón o lámina de plomo que asimilaron la tradición del teatro de sombras asiático, desde los títeres wayangs javaneses al piying chino, un género que penetró en la Europa finisecular del XIX por las ventanas de las Exposiciones Universales abiertas a oriente. Asimismo, los retratos silueteados con el pantógrafo que fueron moda el siglo anterior y los libros infantiles ilustrados a base de figuras planas habían cobrado gran popularidad y así pintores reconvertidos a cineastas como el neoimpresionista Emile Cohl acabaron produciendo gran cantidad de películas de siluetas y consolidando su irrigación en la cultura popular.
Forofa de los cuentos de hadas y del mago del cine Georges Meliès, desde bien pequeña Lotte organizó teatrillos domésticos con figuras recortadas para amenizar a su familia, pero cuando a los dieciséis años asistió a una charla del productor Paul Wegener sobre las posibilidades de los efectos especiales en el cine la pasión tornó vocación y decidió que se dedicaría al arte de la maravilla provista de unas tijeras y una cámara de cine. Hizo sus pinitos empleándose en la compañía de teatro de Wegener como chica-para-todo hasta que le fueron encomendados pequeños rótulos y animaciones. Entretanto siguió produciendo encantadoras figurillas a tijera y componiendo fantasías a contraluz que eran el deleite de quienes tenían ojos para verlas. Pronto fue admitida en el Instituto de Innovaciones Culturales de Berlín donde entró en contacto con un grupo de jóvenes inquietos -los animadores Berthold Bartosch y Walter Ruttmann y el fotógrafo Carl Koch-, con quienes realizó El ornamento del corazón enamorado (1919) y otros Märchenteller o cuentos de hadas inspirados en los relatos de los hermanos Grimm y Las mil y una noches. Koch y ella se hicieron tan inseparables que acabaron casándose en 1921. A partir de entonces su marido la asistiría en casi todas sus películas como camarógrafo y director técnico pero indudablemente fue Lotte la única archimaga y soberana de su cine.
Anticipándose a Walt Disney y a Ub Iwerks por su ingenioso empleo de la cámara multi-plano y los insólitos trucajes ópticos que pergeñó para Las aventuras del príncipe Achmed (1926) la comunión del arte y el tiempo han ensalzado la película de Leiniger a la categoría de obra maestra del cine animado y a la de obra maestra sin más. Por su evidente orientalismo y su mirada escapista al pasado mitológico quizá se sustraiga más al primer romanticismo germano que a los cánones del cine expresionista, pero tan expresionista es Achmed por el uso del contraluz como barroco es Caravaggio por su aplicación del chiaroscuro. Inspirado en las historias de Aladino y la lámpara maravillosa y La historia del Príncipe Ahmed y el hada Pari Banu de Las mil y una noches, Las aventuras del príncipe Achmed es el largo animado más antiguo que se conserva, si bien no el primero -tal honor corresponde a El apóstol (1917) del argentino Quirino Cristiani- Su sinopsis es la siguiente: un artero hechicero africano conjura un caballo volador para el Califa a cambio de su hija Dinarsade, quien horrorizado se niega al trueque en redondo. El Príncipe Achmed, hermano de Dinarsade, reta al hechicero y este lo persuade para montar el caballo, el cual asciende fuera de control hasta la isla de los Wak Wak gobernada por la bella Pari Banu, de quien Achmed se enamora perdidamente. Resuelto a acabar con el heroico y apuesto príncipe, el malvado hechicero subyuga a Dinarsade y secuestra a su querida Pari Banu para vendérsela al emperador chino. Pero no hay aventura insuperable para Achmed, quien campeará bravamente contra las hordas de bestias y demonios que le separan de Pari Banu con la ayuda inestimable de Aladino y la Bruja de la montaña llameante.
La exuberante música original de la película, debida al compositor Wolfgang Zeller, fue restaurada en 1999 por el Deutsches Filmmuseum de Frankfurt y el British Film Institute y aunque fastidiosamente siga inédita en disco, sus exhumadores tuvieron a bien presentarla en impoluta pista aislada en el Blu-ray varios años después, lo que ha permitido pormenorizar su calidad y alcance. Compuesta para orquesta sinfónica en el más tradicional estilo post-wagneriano -el de Gottfried Huppertz para Metrópolis o Los nibelungos o el de Edmund Meisel para El acorazado Potemkin-, la obra de Zeller indulge en la grandilocuencia de un Berlioz y, exotismo obliga, exhibe aquí y allá los toques de color del programatismo ruso de un Rimsky. El caso es que, pese a la distancia estética y cronológica de los casi cien años transcurridos desde su concepción, la obra de Zeller sigue sobrevolando, diríamos fantasmáticamente, las aproximaciones musicales a la película que se han ido sucediendo en el tiempo. Y no tanto por el genio compositivo de Zeller, que genio tuvo, sino porque, de alguna manera, la narrativa de Leiniger establece, sub specie aeternitatis, una forma de hacer muy determinada. La dinámica corpográfica, el ritmo trepidante, el tinte de las escenas, todo converge en una precisa concreción de tono y de tempo que la puesta en música no debe pasar por alto. Si lo hace, esta se estrellará contra las imágenes como se estrellaron la esotérica composición improvisada de Yo-Yo Ma y el Silk Road Ensemble en los cineconciertos de Achmed de 2006, o las recientes aproximaciones electroacústicas y ambientales del grupo Morricone Youth (2012) y el jazzista Philip Johnston (2017). Así las cosas, el Achmed de Reiniger pone en evidencia la inaplicabilidad de ciertas músicas, el hecho de que no “todo vale” en la musicalización del cine mudo. Tanto es así que el músico que se acerque a estas imágenes debe primero aprender a escucharlas y luego aquiescer. Achmed es inclemente con las músicas mediocres. Tal es la fuerza de sus imágenes.
Bien sabe esto el flamante compositor de Achmed, el pianista y autor vigués Brais González (1987), quien desde 2013 ha musicalizado y estrenado en varios contintenes más de una veintena de nuevas composiciones para películas mudas en compañía de su ensemble Caspervek, el cual co-fundara con el percusionista Blas Castañer con objeto de normalizar la programación de cineconciertos como el de esta encantadora velada matinal. Un formato, dicho sea de paso, impulsado por el éxito mundial de El señor de los anillos en concierto de 2006 pero que ya tuvo su auge en los 90 con los redux musicales de Carl Davis o Timothy Brock para clásicos silentes o el cine de Chaplin, conociendo en nuestro país varias obras maestras de la mano de los compositores José Nieto –La aldea maldita (1930/1996) y José María Sánchez-Verdú –Nosferatu, una sinfonía de horror (1922/2003)-.
Escribía que González conoce bien las “condiciones” de Achmed aunque él mismo reconozca no haber prestado oídos a la partitura de Zeller hasta rematar la suya, pues tal ha sido su costumbre a la hora de componer la veintena larga de redux cinematográficos que acopia su currículum. No hace falta: para un compositor tan experimentado y sensible como Brais González, tan hecho a la escucha del sonido inaudible, esto es, al alma de una película desprovista de otra música que la del bombeo de sus imágenes, es fácil adentrarse en los fotogramas y decidir la música “externa” que conviene a su naturaleza, la música que le es esencial, ontológicamente propia. Una música similar, en todo caso, a la escrita por Zeller y no por su parecido estético, sino por su congruencia o connivencia con las intenciones de Leiniger.
Sabiendo que toda música aplicada es una forma de violencia, y más aún la música aplicada al cine mudo, González ha sido cauto en extremo a la hora de acompañar, subrayar, vestir -torpes verbos para designar el mágico cohabitar de la música y la imagen- la proyección de Achmed, primero en la versión de cuarteto de violín, viola, percusión y piano que compuso en 2014 para el estreno de Cangas do Morrazo y ahora en esta recomposición para orquesta que, como él mismo dice, “parte de la revisión de la partitura original que llevé a cabo el año pasado con motivo de unos conciertos en Valencia. En esa revisión, gracias a la experiencia acumulada durante tantos años, tuve la claridad suficiente para añadir lo que faltaba y quitar lo que sobraba”. Lo que no sobraba, en todo caso, fue la idea conceptual de partida que, tras escuchar el silencio de la película, determinó las elecciones armónicas y escalas inspiradas, como en el caso de su predecesor Zeller, por los usos y folclores musicales de Medio Oriente y del Cuerno de África. Asimismo, González tuvo claro que la gramática de la partitura debía ser “leitmotívica”, pues “escenas como la presentación inicial del dramatis personae te obliga a introducir melódicamente a los personajes de una manera muy teatral, lo que ya de entrada condiciona el estilo musical a seguir”. Pero el mayor desafío de este “formateo” sinfónico que hoy visionamos y escuchamos en riguroso estreno, fue el de estructurar los compases minimizando las improvisaciones y recurriendo a la claqueta y los códigos de tiempo, ya que “si en los conciertos de Caspervek, al tratarse de pocos músicos, es fundamental plantearse a priori la articulación del sonido sobre el escenario y las interacciones de los intérpretes, adaptar la obra para una orquesta con director requiere afinar al máximo la sincronía para evitar posibles desajustes”. Aún así, las improvisaciones controladas son parte del ADN del cineconcierto, “pues en la mayoría de los casos facilitan el enlazado de las escenas y secciones”, concluye el compositor recordando la ardua labor de aquellos pianistas invisibles que, a la sombra de ruidosos proyectores, comenzaron a escribir la historia que hoy aquí continúa.
- Tempada
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Brais González
O compositor e pianista vigués Brais González estudou na Universidade Mozarteum de Salzburgo e nos conservatorios de Vigo e Oviedo. Actuou como solista e músico de cámara nunha vintena de países europeos. Como compositor, as súas obras foron interpretadas en importantes escenarios do continente, como o Auditorio de Galicia, o Conde Duque (Madrid), o KUMU (Estonia), o Baltais Fligelis (Letonia) ou a Galeria Flux (Hungría). Os seus traballos discográficos en solitario afondan na súa exploración da linguaxe e composicións clásicas coas músicas improvisadas e de raíz. É fundador de Caspervek Trio, unha das bandas europeas de referencia na musicalización de cine mudo en directo. Na súa labor fóra do eido da música académica, participu como arranxista e productor do álbum do cantante folk Nelson Quinteiro “Músicas de Domingo”, na composición e producción da música incidental para obra teatral “Pyka” do Colectivo CinemaSticado e na composición e deseño musical da multi-premiada curtametraxe de Diego R. Aballe “Canibalismo”. En 2021 ven de publicar co selo IBS unha escolma de sonatas do barroco italiano xunto ao violinista Roberto Alonso.
Dende o ano 2014 codirixe e produce o podcast de musicoloxía e divulgación musical “Anónimo IV” xunto á investigadora Erea Carbajales. É cofundador do proxecto “Bórea”, unha iniciativa con base en Suiza que busca explorar as relacións entre a música de cámara e as novas tecnoloxías dixitais.
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